Explota el Tribunal de Cuentas: renuncia el auditor condenado tras la denuncia de Crónicas Fueguinas. Impunidad, doble vara y protección política.
La bomba estalló donde menos lo esperaban: Crónicas Fueguinas destapó que el Auditor Fiscal del Tribunal de Cuentas tenía una condena penal. Tras la publicación, los vocales vitalicios no pudieron seguir ocultándolo y aceptaron su renuncia sin sumario, con pago completo y alfombra roja. Mientras tanto, persiguen a un empleado por un “sueño”. El reino del revés, versión fueguina.
El Tribunal de Cuentas de Tierra del Fuego atraviesa uno de los mayores escándalos institucionales de los últimos años. Lo que parecía un organismo hermético y ajeno al escrutinio público terminó expuesto de la peor manera, luego de que Crónicas Fueguinas revelara que el Auditor Fiscal, Carlos Daniel Seoane, mantenía una condena penal vigente dictada por la Justicia Federal. (VER NOTA DE ARCHIVO)
La situación, cuidadosamente escondida durante meses —e incluso posiblemente durante años—, sólo salió a la luz cuando este medio lo puso en evidencia. Recién entonces los vocales vitalicios, Longhitano y Pani, quienes habían mantenido al funcionario en su cargo con total normalidad a pesar de su historial penal, se vieron obligados a reaccionar ante la indignación pública.
La renuncia de Seoane, lejos de ser un gesto de ética o responsabilidad, fue un movimiento desesperado ante la imposibilidad de seguir sosteniendo el silencio institucional. En una carta cargada de cinismo, el auditor aseguró que se retiraba “por la trascendencia pública que tomó el caso”. En otras palabras, no dimitió porque considerara incompatible su condena con el cargo que ocupaba, sino porque fue descubierto por este medio. Ni arrepentimiento, ni integridad: sólo el impacto mediático lo empujó a dar un paso al costado.
El Tribunal de Cuentas respondió con una celeridad llamativa. A través de la Resolución 199/2025 se aceptó la renuncia de Seoane sin iniciar ninguna investigación interna, sin abrir un sumario y sin revisar cómo un funcionario condenado pudo permanecer tanto tiempo controlando cuentas públicas.
Por el contrario, se le otorgó una salida cuidada, respetuosa y completa: percibirá su liquidación, cobrará sus vacaciones y se retirará sin que una sola mancha administrativa aparezca en su legajo.
La escena rozó lo grotesco: un auditor penalmente condenado saliendo casi homenajeado de un organismo que, paradójicamente, tiene por misión verificar el correcto uso del dinero público.
La pregunta que queda flotando es tan obvia como inquietante: ¿cómo es posible que un auditor fiscal condenado por la Justicia Penal haya ejercido durante un año entero sin que nadie dentro del organismo lo detectara? Las opciones no son muchas. O nadie controla nada dentro del Tribunal de Cuentas, lo cual sería alarmante, o lo sabían y eligieron mirar hacia otro lado hasta que la exposición mediática volvió imposible seguir encubriendo la situación. En ambos casos, la responsabilidad apunta directamente a las más altas autoridades del organismo.
Mientras la cúpula del Tribunal protegía silenciosamente a un funcionario con antecedentes penales, cómplices de la situación, la misma institución desplegaba toda su maquinaria disciplinaria para perseguir a un empleado de planta por el contenido de un sueño. Sí, un sueño. Con el apoyo del juez Vidal y del entonces fiscal Urquiza, el Tribunal impulsó una causa absurda e insólita, que contrasta brutalmente con la indulgencia casi afectuosa con la que trataron a un auditor condenado. La doble vara no sólo es evidente: es obscena. Obsecuentes con algunos, tiranos con otros.
Este episodio desnuda un pacto de impunidad a cielo abierto. Queda claro que dentro del Tribunal de Cuentas existen dos sistemas de justicia interna: uno amable, protector y silencioso para quienes integran el círculo de confianza, aunque tengan sobre sus espaldas condenas penales; y otro feroz, implacable y ridículo para los empleados comunes, que pueden ser perseguidos incluso por cuestiones absolutamente irrelevantes. El mensaje institucional es devastador: si estás adentro, todo se perdona; si estás afuera, prepárate para ser castigado por cualquier pretexto.
La renuncia de Seoane, entonces, no representa un acto de transparencia ni un gesto moral. Fue una acción obligada por la presión pública y mediática, provocada exclusivamente por Crónicas Fueguinas quien reveló la información que el Tribunal intentó mantener en secreto. El organismo que debería garantizar el control del uso del dinero público terminó convirtiéndose en el emblema perfecto de la doble moral, la desidia institucional y la protección corporativa.
La caída del auditor condenado no fue el final de una etapa, sino el principio de un debate que el Tribunal de Cuentas no podrá evitar: el de revisar cómo funciona, a quién protege y por qué permitió que un escándalo de esta magnitud avanzara sin control hasta que fue imposible ocultarlo.
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